martes, 20 de noviembre de 2012

LA TRISTEZA



La tristeza no es, de ningún modo, el estado natural de las criaturas, y ni siquiera se viene a este mundo o a otros mundos a sufrir; sí que es cierto que todas las acciones que se ejercen en cualquier momento provocan una reac
ción en cadena y una contrarréplica de la misma intensidad; es decir, si actuamos con amor, generamos amor y recibimos amor; si acometemos un proyecto con alegría, estamos creando alegría y nos inundamos de alegría; si desarrollamos nuestra actividad en paz, estamos contribuyendo a instalar la paz en los corazones de todos los demás, y nuestro entorno se vuelve pacífico. Por el contrario, la aversión genera odio, la desconfianza crea infelicidad y, en definitiva, el pensamiento enfermo genera tristeza.

Los seres humanos deben volcar todo su esfuerzo en construir la paz, la felicidad y la alegría, cada día, en cada actividad que desarrollen, en cada pensamiento; solo así será posible restituir el imperio del amor, el amor de todos, el que mora y se expande desde el corazón de Dios a todos los confines del espacio y del tiempo; el que se transmite en forma de luz, para iluminar las tinieblas de la tristeza.

Es preciso volver la mirada hacia los niños con más frecuencia, aprender de ellos, imitarles y recibir su cálido efluvio de energías sutiles, de inspiración y de generosidad y lealtad sin límites: solamente así será posible erradicar para siempre la desesperanza, la desconfianza y la tristeza, de los corazones.

Todas las criaturas han sido creadas desde y para la alegría, desde su incepción original y pueden abrir sus ojos y su alma a la felicidad, objetivo máximo de toda la Creación. Que las lágrimas sean de alegría, pero nunca de tristeza.


Angel Luis Fernández

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